El vértigo de la innovación en el mundo moderno y sus rimbombantes éxitos nos tienen acostumbrados a ver en la tecnología la receta para atacar todos nuestros problemas. Es cierto que la especie tiene en los frutos de su inmensa creatividad motivos para sentirse lista, pero en ocasiones las soluciones están más allá –o más acá– de los circuitos y los sensores.
Estas alternativas low-tech, en contraposición al high-tech de nuestros microprocesadores y demás máquinas de asombro, no son menos creativas que las halladas por la ciencia y la ingeniería. A veces son nuestra mejor, y a veces nuestra única, opción.
Tal vez el primer y más célebre caso de una solución de ingenio y no de técnica lo tenemos en la historia de la medición de la Tierra por Eratóstenes, más de dos mil años antes del primer satélite geodésico y del GPS. Este polifacético matemático griego, inventor de la geografía actual, notó que al mediodía del solsticio de verano en la antigua ciudad egipcia de Siena, el sol arrojaba una sombra distinta a la que se observaba al mismo tiempo en Alejandría. Conociendo la distancia entre las dos ciudades (medida, según explica la leyenda, usando una caravana de camellos), Eratóstenes pudo aplicar un poco de trigonometría y deducir que la circunferencia del globo era de unos 40.000 kms (en unidades nuestras), lo que discrepa en un 1% de a la cifra que se conoce hoy.
El caso más siniestro es el de los atentados contra las Torres Gemelas en septiembre del 2001. Gracias a las maravillas del satélite, la fibra óptica y el internet, todos vivimos la impotencia en que quedaba la nación más avanzada de la historia ante unos homicidas armados de poco más que de fe y navajas. El atentado se logró sin misiles, ni bombas, ni armas sofisticadas. Los teléfonos celulares sirvieron para que algunos pasajeros se despidieran de sus seres queridos, pero no para evitar la tragedia.
Esta semana, el low-tech nos puede ayudar a determinar la posibilidad que tiene en vilo a los habitantes del costado atlántico de la Florida: ¿Llegará la mancha de crudo que se esparce por el Golfo de México a tocar sus costas? Están en juego sus cayos y sus playas, el turismo y la pesca. Los científicos que siguen la mancha desde las más prestigiosas instituciones y con los aparatos más sofisticados y sensibles no tienen hasta ahora una respuesta. La dirección que tomará el crudo es impredecible –condicionada por el capricho de las corrientes y los vientos–, y para colmo de males el derrame tiene un componente submarino que no ha podido ser rastreado. Ni siquiera la extensión total se le conoce.
Aparece entonces Brian Toder, un abogado de Minnesota que como marinero en su juventud se desaburría del tedio de la navegación arrojando al mar mensajes en botellas. En cada mensaje ponía su dirección y pedía a quien lo leyera que le contestara contándole dónde lo había encontrado. Según el Sr. Toder, entrevistado por un blog ambiental del New York Times, de todas las botellas que lanzó por la borda alrededor del mundo solo una obtuvo respuesta.
Fue lanzada en el Golfo de México en el verano de 1971, cerca al punto de donde hoy efluyen más de dos millones de galones de crudo al día. Resurgió un par de meses después en Indialantic, un pueblo de la costa oriental de la Florida, cerca a Cabo Cañaveral.
La manera como la botella pudo haber contorneado la vasta península y llegar al otro lado probablemente tenga que ver con la Corriente del Lazo, que transporta agua del Golfo a las costas de Cuba y la Florida. En su travesía los vientos seguramente también jugaron un papel. Pero dado el poco tiempo que demoró en llegar hasta allá, las autoridades del estado no pueden seguir esperando a recibir una confirmación tecnológica de sus temores y tendrán que escuchar esta advertencia que en una botella les trajo el mar.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 24 de mayo de 2010.