/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: junio 2010

lunes, 28 de junio de 2010

Un paso hacia 2001

Los mediados de los noventas fueron una época dorada para la informática. Habilitada por las conexiones de fibra óptica, surgía una red de redes que auguraba un mundo sin distancias. En esa nueva frontera programadores colaboraban para desarrollar audaces tecnologías de comunicación y de cómputo que amenazaban a la hegemonía de gigantes como IBM y Microsoft. Con Jurassic Park y Toy Story, las gráficas digitales llegaban a Hollywood a cambiar para siempre la historia del cine. El correo electrónico desplazaba al correo tradicional. Y en los escritorios virtuales de los usuarios aparecían por primera vez Mosaic y luego Internet Explorer y los conectaban a algo que no existía unos meses antes: la Web.

En esa época de frenesí y de optimismo acerca de las posibilidades de la técnica, me encontraba haciendo una concentración sobre inteligencia artificial en una universidad norteamericana. Pero en el departamento de IA no había frenesí ni optimismo; la emoción de aquellos días no parecía permear sus paredes. El ambiente no era el hervidero de ideas de los laboratorios de programación y de los start-ups financiados con capital de riesgo. No había semiadolescentes en trance creativo, dopados con cafeína. Más se parecía a un departamento de física, en donde los grandes descubrimientos no llegan con frecuencia y cuando llegan son resultado de años de acumulación glacial de datos. Un ambiente aburrido. En el peor de los casos se respiraba franco pesimismo. 

La disciplina estaba estancada hacía años. Todas las estrategias, todos los intentos de crear una máquina pensante –aún una con capacidades limitadas– habían fracasado, cuando no hecho el ridículo. En ciertos ámbitos restringidos, particularmente el ajedrez, se habían obtenido éxitos fulgurantes y ya las máquinas superaban la inteligencia del hombre, pero eran máquinas incapaces de hacer otra cosa sino aquella para la cual se les había diseñado. ¿Era eso “pensar” de verdad? ¿Podía aquello llamarse realmente “inteligencia”? A lo sumo se trataba de aparatos que habían aprendido trucos sofisticados, como los animales de circo, pero todo eso distaba muchísimo de parecerse a los procesos del pensamiento humano.

La neurología veía en la creación de un cerebro digital una tarea que permanecería imposible por muchas generaciones. Tal vez nunca se podría alcanzar ni la velocidad ni la capacidad de almacenamiento de datos de la corteza cerebral. La teología y la filosofía cuestionaban la posibilidad misma de que algo que no fuera humano se pudiera llamar inteligente. Se bromeaba que “inteligencia artificial” era un oxímoron–un término compuesto por ideas que se contradicen entre si, como decir “un silencio ensordecedor”.

Se acercaba y luego quedaba atrás 2001, la fecha simbólica en la que HAL, el computador conversador e inteligente de las novelas de Arthur C. Clarke y de la película de Kubrick, decidía rebelarse contra los tripulantes de su nave espacial y asesinarlos. Mientras tanto acá en la Tierra la única rebelión de las máquinas que había funcionado había sido contra el gran maestro ruso Gary Kasparov, derrotado en 1997 por Deep Blue, un cerebro electrónico diseñado en IBM. 

Pero luego algo empezó a cambiar; en los últimos años de varios frentes llegaron las innovaciones que hoy nos tienen al borde de un salto en la historia de las máquinas inteligentes. Será el tema de la próxima columna.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 21 de junio de 2010.

lunes, 21 de junio de 2010

La estrella de los mundiales

No culpo a quien sospeche que el título de esta columna es un señuelo para atrapar al lector desprevenido que, buscando información sobre el Mundial, se hubiera extraviado en esta región recóndita del periódico. Acerca del tema del momento, el fútbol, ¿qué puede tener que decir este columnista cuyos textos gravitan alrededor de los circuitos, las redes y las comunicaciones?

Pues resulta que hay un episodio en el que la historia de las telecomunicaciones se cruza con la historia de los mundiales. Es solo un momento, pero dejó en el juego una marca llena de modernidad sobre el que es su mayor símbolo, el balón.

Para la Copa Mundo de México 70 –que quedaría en manos del Brazil de Pelé en el que para muchos sigue siendo el mejor Mundial de la historia– la FIFA le encargó a la compañía alemana Adidas el diseño de un nuevo balón. En aquel entonces los balones todavía eran de tiras largas de cuero cosidas, como los vemos en fotografías viejas; un artefacto perfectamente útil, pero el espíritu de la época exigía renovación y cambio.

Los ingenieros de Adidas estudiaron el problema y determinaron que el balón, si bien era redondo, podía serlo más y mejor. Una esfera que se acercara al ideal platónico de la redondez y que lograra una mejor aerodinámica al ser pateada por el aire. No era una tarea fácil. Las esferas perfectas son asunto de geómetras y de dioses; los humanos solo podemos aproximarnos.

Uno de los humanos que más se había aproximado era el genio arquitecto e inventor estadounidense Buckminster Fuller, cuyos domos geodésicos inspiraron la estructura del nuevo balón: una matriz de 32 hexágonos y pentágonos, pixelados alternativamente en blanco y negro para que fuera más fácil reconocer la pelota en la baja resolución de la televisión de la época. Nació así un clásico del diseño industrial que está en el afiche del Mundial del 70 y que con los años se convirtió en el emblema más reconocido de ese deporte. Incluso hoy, que los balones ya no tienen ese diseño, se siguen dibujando así en las caricaturas y los comics.

Tal concesión al poder (y a la pobre definición) de la pantalla chica, representada en el lenguaje coloquial por la expresión “la pecosa”, determinó el nombre del nuevo artilugio. Eran los tiempos de las primeras transmisiones transatlánticas en vivo; unos años antes los primeros satélites Telstar, cuyo nombre era una abreviación de “television star”, habían inaugurado la era de la televisión satelital. La nueva estrella televisiva, de formas dictadas por la ingeniería y con sus pecas como guiños al espectro electromagnético, fue bautizada la Adidas Telstar.

Nada indica que la apariencia exterior del Telstar –en internet se pueden ver fotos– hubiera informado en algo el diseño de la nueva pelota. Sin embargo, existe un parecido innegable y sorprendente entre los dos, tal vez producto de requerimientos estructurales similares, que de alguna manera emparentan las necesidades aerodinámicas del balón con las necesidades de navegación de un objeto en órbita. 

Desde entonces han cambiado muchas cosas; nuevas técnicas y materiales así como mejor calidad de imagen hacen que hoy sea obsoleta la Adidas Telstar. Los nuevos balones, como el Teamgeist del último Mundial y el polémico Jabulani de Sudafrica, tienen también una historia distinguida y llena de innovaciones. Pero no hay duda de que la pecosa, con su legado de una era de asombro en que mirábamos hacia las estrellas, permanecerá como el ícono del deporte más popular del mundo.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 21 de junio de 2010.




martes, 15 de junio de 2010

El caso contra Facebook


¿Habrá llegado la hora de abandonar Facebook? Además de ser el sumidero a donde van a dar horas de productividad perdida, en los últimos meses cada vez más usuarios elevan protestas cada vez más enfadadas frente al empleo que hace Facebook de nuestra información privada. Las políticas de privacidad de la red social han sido tan ambiguas y engañosas que la única manera de estar a salvo tal vez sea cancelando la cuenta.

A esa conclusión llegaron más de 36.000 usuarios que participaron el pasado 31 de mayo en el primer Quit Facebook Day –Día de dejar Facebook– para protestar contra el uso abusivo de nuestros datos, que son compartidos con terceros sin consentimiento. Lo que rebasó la copa fue la decisión de hacer públicos los cambios de estatus sin consultar con los usuarios, lo que potencialmente permite que medio mundo se entere de lo que estamos haciendo o pensando, incluso personas sin ninguna relación con nosotros.

Pero el número de personas que abandonaron la nave blanquiazul es apenas una gota de agua en el mar de 500 millones de usuarios que tiene Facebook, y el sitio se ha vuelto tan central a la vida social moderna que la mayoría preferirá seguir navegando a pesar de las advertencias de peligro.

Por eso es importante entender bien lo que Facebook es, para estar en guardia frente al uso que ahora y en el futuro se le dé a nuestras fotos, pensamientos y mensajes. Facebook es primera y principalmente un negocio. Existe para generarle ganancias a sus dueños a partir de sus activos, y su activo principal es precisamente la información: nuestros datos demográficos sumados a todo el cúmulo de actividad que manifestamos en la red. Ese paquete constituye un dossier detallado y muy valioso para la mercadotecnia. Facebook genera todo su ingreso de vender esa información, por lo que busca capturar la mayor cantidad posible. 

Siempre que ingresamos a Facebook estamos revelando algo sobre nosotros. Vastas bases de datos registran cada uno de nuestros clicks e interacciones sociales. Algoritmos de inteligencia artificial leen nuestros mensajes y conversaciones para conocernos íntimamente. El análisis fotográfico revela qué marcas de ropa usamos, qué carro conducimos y qué equipos deportivos apoyamos. Nuestras preferencias musicales, literarias, cinematográficas y políticas son comparadas con las de millones más para calcular el perfil de nuestra personalidad. Facebook sabe si somos noctámbulos o madrugadores, sabe qué marca y modelo de cámara digital usamos, sabe si somos religiosos y a qué estrato socioeconómico pertenecemos.

Toda esa información puede ser usada para bien o para mal. Muchos suben fotografías sin considerar que pueden estar revelando información sobre, por ejemplo, la identidad de sus hijos o el colegio en que estudian. Una foto de una fiesta en la casa puede mostrar qué pertenencias tenemos, lo que sumado a un estatus que indique que estamos de vacaciones es una invitación al robo. Y un hacker buscando entrar a nuestra cuenta bancaria puede burlar las preguntas personales que hacen algunos sitios –como la fecha de nacimiento o el nombre de una mascota– usando información fácilmente obtenida en nuestro perfil.

La red social es ya una parte del mundo moderno y de la vida de muchos, por lo que hay que exigir que se proteja nuestra información. Pero eso no reemplaza la prudencia con la que debemos usar el sitio. Por nuestro propio bien, en internet a todos nos corresponde vigilar la huella digital que dejamos por donde pisamos.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 15 de junio de 2010.

lunes, 7 de junio de 2010

La red y las elecciones

La de la semana pasada fue la primera elección presidencial en nuestro país verdaderamente inscrita en la era digital, en la que el uso, bueno o malo, del internet y de las redes sociales pesó en los resultados.

La campaña del Partido de la U alcanzó a hacer el ridículo al descubrirse que uno de sus anuncios televisivos ya se había usado en México para promocionar a un candidato a la gobernación de Sinaloa. Solo se cambiaron algunos colores y el nombre del aspirante. Luego se supo que el mismo anuncio había sido usado también en otra campaña, en Honduras. Ambos se podían ver en YouTube.

Más allá de poner de plano un mensaje tan vacío que permitía ser colgado en cualquier campaña, y más allá del irrespeto al electorado que deriva de reencauchar la misma cuña en lugares disímiles y en momentos políticos distintos –como si lo mismo diera un colombiano en 2010 que un sinaloense en 2005–, ese gazapo reveló una gran ingenuidad en el manejo de los nuevos medios de comunicación. Los estrategas de la U olvidaron que en internet todo se sabe, y todo se sabe enseguida. En la topografía de la red todos los lugares son el mismo lugar y cualquier dato está a un vínculo –es decir, a milisegundos– de distancia.

Ese mismo partido también se equivocó al ignorar la importancia de las redes sociales en la política moderna. Como lo demostró Barack Obama en 2008, comunidades como Facebook y Twitter son hoy un canal de primer rango para comunicar programas políticos, para motivar y movilizar a los electores, y hasta para financiar campañas. A diferencia del Partido de la U, el Partido Verde supo aplicar esa lección y con poco presupuesto nutrir un crecimiento que parecía no se podría atajar.

Esos dos errores son increíbles e imperdonables en un partido político moderno. Apuntan a una visión del electorado como un “pueblo de desconectados”, sin acceso a la información. Ignoran que hoy no se necesita un computador costoso para informarse y para participar en el debate democrático y descentralizado que internet permite y promueve.

El Partido Verde, en cambio, aprovechó las nuevas tecnologías para impulsar un ascenso improbable y meteórico que se llegó a pensar sería suficiente para un primer lugar en la primera vuelta. Pero al final eso resultó ser una burbuja que se desinfló al entrar en contacto con la dura realidad de la política colombiana. Gran parte del apoyo virtual que parecía abrumador en Facebook se disipó. ¿A dónde se fue? No se sabe. Cabe preguntarse si era real.

La lección que queda es que los apoyos “virtuales” tal vez no sean más que eso. La campaña de Obama fue exitosa en su manejo de las comunidades en la red, pero lo complementó con el trabajo de campo de miles de ciudadanos de a pie tocando puertas y explicando las ideas del candidato. Hubo también discursos y manifestaciones públicas, y todas las demás herramientas tradicionales de la política. Es fácil expresar apoyo con el click de un mouse, pero todavía en Colombia en el día de las elecciones la victoria se obtiene en la calle: más transporte y menos Twitter.

Vamos entonces hacia una segunda vuelta que, en cuanto a las tecnologías de la información y la comunicación (TICs), enfrenta dos extremos, ambos inquietantes. En una esquina un partido que por confianza en su maquinaria ignora los debates políticos que en la actualidad tienen los ciudadanos en la red. En la otra uno que confundió el mundo virtual con el real, al tomar la efervescencia en Facebook por apoyo auténtico. Y mientras, ninguno de los dos candidatos menciona siquiera algunos de los temas de vanguardia que en el mundo se discuten alrededor del uso de las TICs en la política. La implementación del voto electrónico, el uso de software libre en las instituciones públicas, y el acceso vía internet a los presupuestos y votaciones de las corporaciones del Estado, son algunos de los temas que en esta campaña no se tocaron.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 7 de junio de 2010.