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lunes, 21 de junio de 2010

La estrella de los mundiales

No culpo a quien sospeche que el título de esta columna es un señuelo para atrapar al lector desprevenido que, buscando información sobre el Mundial, se hubiera extraviado en esta región recóndita del periódico. Acerca del tema del momento, el fútbol, ¿qué puede tener que decir este columnista cuyos textos gravitan alrededor de los circuitos, las redes y las comunicaciones?

Pues resulta que hay un episodio en el que la historia de las telecomunicaciones se cruza con la historia de los mundiales. Es solo un momento, pero dejó en el juego una marca llena de modernidad sobre el que es su mayor símbolo, el balón.

Para la Copa Mundo de México 70 –que quedaría en manos del Brazil de Pelé en el que para muchos sigue siendo el mejor Mundial de la historia– la FIFA le encargó a la compañía alemana Adidas el diseño de un nuevo balón. En aquel entonces los balones todavía eran de tiras largas de cuero cosidas, como los vemos en fotografías viejas; un artefacto perfectamente útil, pero el espíritu de la época exigía renovación y cambio.

Los ingenieros de Adidas estudiaron el problema y determinaron que el balón, si bien era redondo, podía serlo más y mejor. Una esfera que se acercara al ideal platónico de la redondez y que lograra una mejor aerodinámica al ser pateada por el aire. No era una tarea fácil. Las esferas perfectas son asunto de geómetras y de dioses; los humanos solo podemos aproximarnos.

Uno de los humanos que más se había aproximado era el genio arquitecto e inventor estadounidense Buckminster Fuller, cuyos domos geodésicos inspiraron la estructura del nuevo balón: una matriz de 32 hexágonos y pentágonos, pixelados alternativamente en blanco y negro para que fuera más fácil reconocer la pelota en la baja resolución de la televisión de la época. Nació así un clásico del diseño industrial que está en el afiche del Mundial del 70 y que con los años se convirtió en el emblema más reconocido de ese deporte. Incluso hoy, que los balones ya no tienen ese diseño, se siguen dibujando así en las caricaturas y los comics.

Tal concesión al poder (y a la pobre definición) de la pantalla chica, representada en el lenguaje coloquial por la expresión “la pecosa”, determinó el nombre del nuevo artilugio. Eran los tiempos de las primeras transmisiones transatlánticas en vivo; unos años antes los primeros satélites Telstar, cuyo nombre era una abreviación de “television star”, habían inaugurado la era de la televisión satelital. La nueva estrella televisiva, de formas dictadas por la ingeniería y con sus pecas como guiños al espectro electromagnético, fue bautizada la Adidas Telstar.

Nada indica que la apariencia exterior del Telstar –en internet se pueden ver fotos– hubiera informado en algo el diseño de la nueva pelota. Sin embargo, existe un parecido innegable y sorprendente entre los dos, tal vez producto de requerimientos estructurales similares, que de alguna manera emparentan las necesidades aerodinámicas del balón con las necesidades de navegación de un objeto en órbita. 

Desde entonces han cambiado muchas cosas; nuevas técnicas y materiales así como mejor calidad de imagen hacen que hoy sea obsoleta la Adidas Telstar. Los nuevos balones, como el Teamgeist del último Mundial y el polémico Jabulani de Sudafrica, tienen también una historia distinguida y llena de innovaciones. Pero no hay duda de que la pecosa, con su legado de una era de asombro en que mirábamos hacia las estrellas, permanecerá como el ícono del deporte más popular del mundo.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 21 de junio de 2010.




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