Pocas compañías tienen una historia de innovaciones tan asombrosa como IBM, que en pocos lustros logró deshacerse del overol de fabricante de maquinaria y reemplazarlo por el traje de consultor en inteligencia de negocios. De empresa asociada tanto con máquinas de escribir como con grandes computadores que ocupaban cuartos enteros, pasó a definir la era del computador personal de escritorio con el IBM PC. Irónicamente, la principal aplicación del PC, el procesador de palabras, acabó con las máquinas de escribir; esa división tuvo que ser vendida. Y luego los PCs se volvieron commodities, lo que encaminó a la empresa por un doloroso proceso que la obligó a reinventarse y la tuvo al borde de la bancarrota. Sobrevivió. Hoy fabrica chips especializados para videojuegos, simuladores y supercomputadores. Percibiendo que el futuro de la computación está en la nube y no en el escritorio, también se ha convertido en un gigante de los servicios de software corporativo.
Una de las obsesiones de la empresa en los últimos veinte años ha sido la creación de máquinas inteligentes. A mediados de los noventa su computador Deep Blue venció al gran maestro Gary Kasparov, anunciando así una nueva era en el ajedrez en la que el mejor de los humanos ya nunca superaría a las máquinas. Pero por rutilante que fuera ese marcador –máquinas 1, humanos 0–, no había mucha utilidad en el mundo de los negocios para un aparato experto en ajedrez.
IBM necesitaba algo en lo que sus clientes estuvieran dispuestos a invertir dinero, y buscó crear un sistema que pudiera entender, ya no las reglas sencillas de un juego de mesa, sino cualquier tema. Un sistema que contestara preguntas generales. Un interlocutor culto.
A finales del siglo pasado esa tarea parecía imposible. La disciplina académica de la inteligencia artificial no parecía ir a ningún lado, y además una máquina así necesitaría una fuente enorme de información, una especie de enciclopedia global. ¡Habría que alimentar a la máquina con casi todo el conocimiento humano!
Ese, que era el principal obstáculo, al final no lo fue. Nosotros mismos a través del internet terminamos interconectando todos nuestros sistemas de información y creamos esa base de conocimiento. IBM tenía su megaenciclopedia. Ahora tendría que enseñarle a su nueva creación a pensar.
Si el nuevo cerebro realmente piensa o no es un debate filosófico, pero por lo menos sí logra un truco muy sofisticado: simula pensar. Utilizando modelos estadísticos, analiza preguntas palabra por palabra y las compara con su inagotable despensa de datos hasta hallar correlaciones que indiquen que tiene la respuesta correcta. La mayoría de las veces acierta. Otras veces, como los humanos, se equivoca. Y a veces, también como los humanos, se equivoca de maneras misteriosas, bellas, cómicas. El efecto que me produce el video que IBM ha montado en la red es como el de un encuentro con una especie inteligente de otro planeta: extrañeza y reconocimiento a la vez, asombro y un poco de temor.
La nueva máquina se llama Watson como alusión a su trabajo de detective que busca la aguja de una respuesta en el inmenso pajar del conocimiento, pero sobre todo en honor a Thomas Watson, el presidente más famoso de la historia de IBM, quien en 1935 registró como marca un eslogan que mando a imprimir en todos los cuadernos, documentos, y hasta en la paredes de la empresa: “PIENSA”.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 6 de julio de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.