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miércoles, 18 de agosto de 2010

Zarzamoras

Lo que parece una buena noticia para los usuarios de teléfonos Blackberry en algunos países asiáticos puede ser una pésima noticia para los usuarios de ese sistema en todo el mundo. Y un mal augurio más para la privacidad en la era digital.

Todo comenzó hace un par de semanas cuando Indonesia, India, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos amenazaron con bloquear los servicios de mensajería y correo de Blackberry si su fabricante canadiense, RIM, no le entregaba a esos gobiernos las claves secretas con que se cifran las comunicaciones. Estos Estados exigen que sus agencias de inteligencia puedan interceptar los datos que pasan por la red Blackberry. Según algunos indicios, la sangrienta toma de un hotel en Mumbai en 2008 y el asesinato de un líder de Hamas en Dubai en enero de este año fueron ambos coordinados usando estos teléfonos.

RIM tiene poderosos motivos para ser renuente ante tales solicitudes, ya que su reputación se construyó alrededor de la supuesta inviolabilidad de su tecnología. El Blackberry obtuvo su estatus de emblema yuppie en las manos de los atareados y famosos: abogados, inversionistas de Wall Street, ejecutivos de alto rango, celebridades y políticos (incluyendo al entonces candidato Barack Obama, confeso dependiente del chat). Todos aducen una absoluta necesidad de confidencialidad. Ceder en ese terreno podría ser fatal para la imagen de RIM.

Pero también tiene razones para hacerlo. Después de varios años de ser el teléfono inteligente líder en Estados Unidos y el segundo en el mundo, Blackberry enfrenta hoy la nada deleznable competencia de nuevos juguetes como el iPhone de Apple. Esa guerra frontal y frutal, entre la mora y la manzana (y a la que llega otro rival, el sistema Android de Google), se librará en buena parte por fuera del ya saturado mercado norteamericano. Países ricos, como Arabia Saudita y Emiratos, son mercados claves. Países populosos, como India e Indonesia, lo son aún más. Quedarse por fuera de unos u otros sería dejar de crecer en una industria en la que el tamaño importa.

Lo malo es que al capitular se crearía un precedente nefasto para todos los usuarios de redes celulares. Una vez abierta esa puerta, cada país podrá exigir acceso a los fabricantes de hardware, so amenaza de restringir sus operaciones. En el mercado global la industria de la telefonía tiene que lidiar con Estados liberales como con regímenes autoritarios. Solo los ciudadanos de los contadísimos países –si es que los hay– con instituciones que se toman en serio la privacidad podrán estar tranquilos. Los demás debemos desde ya irnos acostumbrado a que las comunicaciones no serán esa autopista abierta y libre que tanto nos venden, sino un camino de espinosas zarzas que a cada paso nos chuzan.

RIM ha anunciado que acatará las exigencias y ya muchos usuarios han puesto el grito en el cielo y propuesto el boicot en la tierra. Pero hay algo peor: nada nos garantiza que el mecanismo para escuchar nuestras comunicaciones permanezca en custodia oficial. El video sexual de Paris Hilton, así como los computadores de Raúl Reyes o los reportes secretos de la guerra afgana filtrados hace poco, nos recuerdan que en esta era la información busca –y encuentra– la forma de ser libre. Al debilitar la seguridad de sus teléfonos y dejarla en manos estatales –humanas, al fin y al cabo–, es casi una certeza que ese conocimiento terminará en manos de cualquiera.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 17 de agosto de 2010.

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