Hay números que son tan importantes que llevan el nombre de su descubridor o inventor, como el número de Avogadro o los números de las series de Pascal y de Fibonacci. Por encima de ellos en la sociedad de los números están las cantidades tan distinguidas de las demás que se les ha asignado una letra para nombrarlas. Es el caso de la velocidad de la luz, que siempre se denota con la letra c, y el de la fuerza de gravedad, que se indica con la g.
En esta aristocracia de las cifras, hay una tan fundamental que lleva por título alfa. Es una prueba de su rango el que se le hubiera asignado, por encima de la popular pi, de la venerable beta, de la inescrutable iota, la primera letra del alfabeto griego, que antes solo Dios había reclamado para si cuando en el Apocalípsis afirma ser el alfa y el omega.
Para los físicos, alfa –que también se conoce como la constante de estructura fina y cuyo valor es aproximadamente 1/137– es un objeto de fascinación a la vez que un enigma. Richard Feynman, un excéntrico profesor y Premio Nobel de Física, dijo:
–Es uno de los misterios más endiablados de la física. Todos los buenos físicos teóricos colocan ese número en la pared y se inquietan sobre él. Podría decirse que la mano de Dios escribió ese número, pero que no sabemos cómo movió el lápiz.
Max Born, otro Premio Nobel, decía que explicar alfa era el problema central de la ciencia.
Alfa se necesita para describir la fuerzas electromagnéticas que existen en el núcleo de los átomos. No se sabe por qué tiene el valor que tiene, pero se sabe que el universo como lo conocemos no podría existir si ese valor fuera distinto. Bastaría una diferencia del 4% para que fuera imposible la química orgánica y por ende la vida. Diferencias mayores harían imposible la materia – no habría oxígeno, ni hidrógeno, ni hierro; o sea, no habría respiración, ni agua, ni acero. No existirían las estrellas y los planetas. Todos los átomos colapsarían en una plastilina informe o se dispersarían como partículas indistintas.
Esa posibilidad nunca le ha quitado el sueño a los físicos porque siempre se ha pensado que alfa es constante, una cantidad que nunca puede ser otra en ningún lugar del tiempo o del espacio. La velocidad de la luz, por ejemplo, es así. Siempre es de 300 mil kilómetros por segundo (se demora unos 8 minutos en llegar desde el Sol hasta la Tierra), en cualquier parte del universo y en cualquier era de su historia.
Pero la semana pasada se asomó lo impensable. Mediciones recientes hechas en radio observatorios, que desde distintas partes del globo esculcan radiaciones extragalácticas en los confines del cielo, han encontrado, en regiones distantes del universo, valores extraños de alfa. Estos alfas inconstantes se encuentran en el pasado remoto, a 9 billones de años luz de distancia – lo suficientemente lejos para no tener nada que ver con nosotros. Pero de llegar a confirmarse, las consecuencias del descubrimiento serían un terremoto para la ciencia y la filosofía.
Las leyes de la física, para ser leyes, tienen que aplicar por igual en todo el cosmos. Pero como esas leyes dependen del valor de alfa, podrían variar según el lugar o el momento: una paradoja insostenible. Y nosotros estaríamos viviendo en una improbable comarca del espacio-tiempo, inexplicablemente propicia a las formas de vida basadas en el carbono.
Todo esto comulga muy mal con la afirmación que hizo Stephen Hawking en la misma semana, según la cual Dios no creó el universo, ya que las leyes de la física bastan para explicar todo lo que existe. Ahora resulta que esas leyes tal vez no sean tan sólidas como se creía. Recuerdo que un amigo astrofísico –y ateo consumado– me decía acerca de las vicisitudes de la cosmología:
–Cada vez que nos acercamos al final de la carrera nos corren la meta. Es como si Dios nos quisiera mamar gallo.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 7 de septiembre de 2010.
Excelente.
ResponderEliminarConcluyendo...Dios es el científico mas grande del universo....si solo te detuvieras a conocerlo ya no tendrían que darle tantas vueltas a lo mismo para llegar a la misma conclusión...él es el Alfa y el Omega.
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