Hay que alegrarse por los resultados de las elecciones parlamentarias del domingo en Venezuela, en las que el chavismo perdió el control absoluto de la única cámara. Hay que esperar que ese resultado no sea usado por el caudillo para legitimar su régimen, y que tampoco se convierta en el preludio de una usurpación del poder por vías antidemocráticas más adelante. Pero de los testimonios de los representantes que obtuvieron asientos en la Asamblea, y también de los de algunos votantes que he escuchado esta semana en medios venezolanos, se percibe que debajo de los fenómenos opuestos del chavismo y del antichavismo se mueve una corriente común muy peligrosa, tanto para Venezuela como para el continente. Una idea que es culpable de que lleguen personas como Hugo Chávez al poder.
La oposición, entre alegrías y felicitaciones, habla y actúa como si algunas de las nociones que defiende Chávez fueran correctas, solo que están en manos de la persona equivocada. Nadie se atreve a llamar a sus ideas del “bolivarianismo” y del “socialismo del siglo XXI” como los disparates que son. Esto es un error, porque las ideas de Chávez son malas, muy malas. Y la más mala de todas, la más peligrosa, porque es un veneno que sabe rico pero que carcome desde adentro una vez que ha sido ingerido, es la idea de que de lo que adolecen nuestras sociedades empobrecidas para lograr la justicia social es de una cosa nebulosa que llaman “igualdad”.
El tema de “lo social” siempre ha sido de los preferidos del político, desde el más de izquierda hasta el más reaccionario. “Lo social” es el rímel del político; nunca sale a la plaza pública sin él en la cartera. En mayor o menor medida, mintiendo acerca de mejorar la condición de los desfavorecidos es como se ganan las elecciones en los países pobres (y en ocasiones en los ricos también). Y no es que ese discurso conquiste directamente a los votantes pobres. A los pobres en muchos casos no hay que seducirlos porque se les compra con dinero, con bultos de concreto o con tamales –como decimos en Colombia–, o más insidiosamente con las prebendas asistencialistas de los programas “sociales”. No, muchas veces el discurso populista a quienes más embruja es a las clases medias, cuyo complejo de culpa por el contraste evidente entre su relativa opulencia y la miseria que ven en las calles se mitiga votando por el demagogo.
Como la igualdad es la meta, un componente del discurso caudillista es la lucha contra la “desigualdad”. Y no contra cualquier desigualdad, la desigualdad “social”, por supuesto. Pero la desigualdad no es causa de las injusticias sociales, es consecuencia de los sistemas económicos, que son imperfectos por naturaleza. Mientras sigamos en esta inversión de la causa y el efecto seguiremos a la merced de la demagogia populista-indigenista-revolucionaria-antiyanquista-anticapitalista de Hugo Chávez y sus huestes, que pretenden hallar perpetradores de miseria en todo el que no tenga la virtud de ser pobre, indio, marxista, gringófobo o proletario. Al caudillo no le preocupa eliminar la desigualdad tanto como usarla hábilmente para atizar una guerra de clases que solo le conviene a él.
La desigualdad en el ingreso ni siquiera es un hecho indeseable per se. En las economías de mercado es normal que haya individuos que ganen más que otros, ya que distintas personas asumen distintos riesgos y esfuerzos en la vida. Algunos de los arriesgados, la minoría, prosperan y son recompensados por el mercado. Otros ganan más porque han dedicado más tiempo a su educación, o, como los artistas y deportistas de élite, porque tienen talentos especiales. Y algunos, la mayoría, estarán satisfechos con arriesgar menos y vivir con ingresos inferiores. Es cierto que la realidad de nuestros países desmiente ese orden esperado. Pero no es menos cierto que si nos oponemos a esas recompensas diferenciales no habrá en la sociedad incentivos para que surjan empresarios, investigadores, cirujanos, cantantes, futbolistas.
La única manera que se conoce de mejorar permanentemente el nivel de vida de las sociedades es fomentando la creación de industria para que se genere empleo. Si con el tiempo esas industrias mejoran su competitividad ofrecerán tanto productos como empleos de mejor calidad. Cuando los países pobres logran poner a funcionar ese círculo virtuoso, mejoran las condiciones de todos sus habitantes, no solo las de los más pobres. Eso inevitablemente lleva a que los que están arriba sean más ricos, pero, ¿qué importa eso si los de abajo se benefician también? Lo perverso del discurso “social” como lo predica la izquierda latinoamericana es que en el fondo desprecia ese escenario. El valor supremo de la izquierda es la “igualdad”, y si no se puede subir a los de abajo –cosa que el populista nunca puede, porque su gobierno está tomado por la incompetencia y la corrupción–, hay que bajar a los de arriba. Si los pobres no pueden ser más ricos, al menos que los ricos sean pobres, para llegar a la anhelada igualdad social. Quien dude de que esto es precisamente lo que está pasando en Venezuela tiene los ojos vendados. “Tan reciente como en la década de los sesentas, Venezuela era la economía más rica de América Latina –afirmaba hace dos semanas The Economist–. Ha sido reducida a una existencia de subsistencia.”
Si unos van a estar jodidos, que se jodan todos. Esa posición absurda fue la que llevó a Winston Churchill a afirmar que “el socialismo es el evangelio de la envidia, su virtud inherente es la repartición igual de la miseria.”
El problema de la pobreza no está en que exista Bill Gates, sino en que no existan más como él, que creen empresas exitosas para su enorme beneficio y también para el del resto de la sociedad. Si Ud. está leyendo esto en internet en mi ciudad, es probable que esté usando una red de alguna de las firmas de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Si no, es seguro que estará usando la red de alguno de sus competidores, que para poder competir con el mexicano tuvieron que ponerse al mismo nivel tecnológico de sus empresas. Dé gracias que no tiene que usar la red de la antigua empresa pública de telecomunicaciones de Barranquilla, empresa de talante “social” cuyas líneas telefónicas había que dejar descolgadas durante 20 minutos para que “dieran tono”, antes de poder hacer una llamada. La creación de empresas exitosas nos beneficia a todos. De paso también enriquece extraordinariamente a unos pocos seres humanos. ¿A quién, si no a un envidioso, puede molestarle eso?
Hay que dejar de mirar hacia arriba para buscar los motivos de la miseria y mirar, en cambio, a la incompetencia de aquellos gobernantes que se dicen “sociales”, y a la corrupción que inevitablemente acompaña sus inevitablemente hipócritas buenas intenciones. De manera individual cada uno contribuye también, educándose, trabajando, volviéndose un individuo más útil y productivo y, en el mejor de los casos, convirtiéndose en uno de esos líderes que hacen girar las ruedas del crecimiento, y que dan trabajo a los demás. Trabajar es humano, generar empleo es divino.
"La desigualdad en el ingreso ni siquiera es un hecho indeseable per se. En las economías de mercado es normal que haya individuos que ganen más que otros, ya que distintas personas asumen distintos riesgos y esfuerzos en la vida. Algunos ...de los arriesgados, la minoría, prosperan y son recompensados por el mercado. Otros ganan más porque han dedicado más tiempo a su educación, o, como los artistas y deportistas de élite, porque tienen talentos especiales. "
ResponderEliminarSomeone may have ingested a bit too much of the neoliberal propaganda we are served daily here in the US: the poor are obviously poor because they just don't want to work hard enough, or they don't understand that they need to go to college? Do the non-elites have any "special talents" that could have been nurtured had the socio-economic situation been in their favor?
Chavez may be a demagogue, but from what I can tell has instituted serious social welfare programs in Venezuela. Here in the US, we have demagogues who are tearing down every entitlement program and tax code we have left, piece by piece, until we're left with only ultra rich and ultra poor. Maybe the US will meet Venezuela half-way?See More