Todos los años en el Día de la Raza recuerdo el verso de Amado Nervo: “¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?” Para la época en fue fue escrito, octubre de 1917, hace ya casi cien años, la idea de descubrir otros planetas era ciencia ficción pura. Pasaron 78 años antes de que se encontrara el primer planeta por fuera de nuestro sistema solar, y desde entonces se han encontrado unos 400 más; todo indica que debe haber millones de ellos. Lo que hasta ahora no se detectado en ninguno son indicios de algún tipo de vida.
Mi interés particular en la posibilidad de vida extraterrestre seguramente proviene de la absorción y el placer con los que veía Cosmos, de Carl Sagan, un ejemplo de un tipo de televisión educativa que hoy, desafortunadamente, ya no existe. El entusiasmo de Sagan por la vida en otros planetas era palpable, en parte por una idea que nos concierne a todos, no solo a los astrofísicos. Si se descubriera una civilización suficientemente avanzada en otra parte de la Galaxia, una que hubiera sobrevivido a la expansión poblacional, al agotamiento de los recursos naturales, y a las guerras y las enfermedades, eso indicaría que hay esperanza para el futuro de la nuestra, que la autodestrucción no es el destino inevitable del crecimiento y el progreso.
¿Cómo hallar una civilización así? Si captáramos con nuestros instrumentos alguna perturbación regular en el espectro electromagnético, algún patrón en las ondas –como los que producimos en la Tierra con las transmisiones radiales, por ejemplo–, sería prueba incontrovertible de que más allá de nuestro Sistema Solar hay alguna forma de vida inteligente, puesto que el Cosmos por su cuenta no produce ruidos ordenados. Pero hasta ahora nuestros radiotelescopios no han detectado sino silencio.
La inmensidad del espacio es ciertamente un motivo. También puede que estemos buscando en los lugares equivocados. Todos los esfuerzos se han concentrado en la búsqueda de señales de radio, pero nosotros mismos cada vez nos comunicamos más por canales como la fibra óptica, que no filtran señales al espacio. Es probable que en algunas décadas no usemos señales de radio para comunicarnos. De igual manera, una sociedad extraterrestre avanzada puede haber dejado de emitirlas hace miles de años.
Una estrategia nueva consiste en buscar indicios de contaminación ambiental. Las civilizaciones, a medida que prosperan, consumen recursos, agotan su medio ambiente, tal vez hasta colonicen otros planetas para sobrevivir. Concentraciones atípicas de gases complejos en una atmósfera lejana podrían insinuar una especie que, como la nuestra, se angustia por las calamidades que ha prodigado sobre su propio hogar. Tal vez alguna de ellas haya encontrado la forma de subsistir; tal vez de ella podamos aprender algo.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 19 de octubre de 2010.
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