/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: De la narración al collage

miércoles, 24 de noviembre de 2010

De la narración al collage

A todos los que vivimos parte de nuestra vida en la era pre-internet nos está pasando: nuestra capacidad de concentración no es la que era antes. El modelo reinante de acceso a la información se ha vuelto push —“empujar”, en inglés— en lugar de pull —“halar”—, lo que significa que en vez de ser nosotros los que buscamos la información, ella es la que nos encuentra. A diario se acumulan los mensajes en el buzón electrónico. En Twitter y en Facebook una agencia personalizada de prensa nos mantiene al tanto de los acontecimientos en las vidas de nuestros amigos y conocidos. Y el celular y el computador se encargan de que cada seudonoticia alcance su máximo potencial de distracción.

No obstante, la red no es culpable por si sola de nuestro déficit de atención. Desde finales de los sesentas la neurología empezó a entender que el cerebro humano es un órgano mucho más plástico de lo que se había creído hasta entonces. Las vías cerebrales pueden en cierta manera reprogramarse, debilitando algunas conexiones y fortaleciendo otras. Nuestra manera de absorber el mundo a través de los medios digitales sin duda está recableando nuestro cerebro, imprimiendo cambios profundos en la cognición y la cultura.

Marshall McLuhan, sin apelar a la neurología, lo entendió perfectamente cuando dijo que “el medio es el mensaje”. Para McLuhan el “contenido” de los medios —la noticia, la fotografía, la canción, la entrevista— es un señuelo que distrae la mente, mientras el medio en si —la prensa, la radio, la TV, el internet—, por sus características tecnológicas y por las formas como presenta y estructura la información, modifica lo que somos como personas y como sociedad. No es lo mismo ser un hombre de la Edad Media que un hombre de la era de la imprenta. No es lo mismo una mujer de la era de la TV que una de la era del internet. Sus maneras de pensar son tan distintas —no por lo que piensan, sino por cómo lo piensan— que difícilmente pueden entenderse.

¿Cómo será el individuo producto de la era actual? Es temprano para sacar conclusiones, pero algunos elementos ya están claros. Mientras los libros, la radio, y hasta la misma TV, favorecen un lectura lineal del mundo, en el planeta digital la información es inconexa. En la red se salta de página en página, de dato en dato. Se pierde paciencia para el texto largo y la argumentación articulada. En el mundo pre-internet la manera dominante de estructurar la información era narrativa; en el actual es el collage.

Sin pretender hacer admoniciones en contravía del espíritu de nuestro tiempo, me parece que una de las habilidades más valiosas que habremos de desarrollar —y de enseñarle a nuestros hijos desde temprano— es la de saber cómo desconectarse. Por más divertidos que sean los artefactos culturales que predominan en la red —productos ingeniosos del talento audiovisual y del diseño gráfico—, las obras cumbres de la creatividad y del pensamiento humano surgieron de circunstancias propicias a la concentración, la reflexión y el discurso. No sabemos aún qué tipo de pensamiento surgirá de nuestro paisaje fragmentario, pero si en él se atrofian los canales neuroquímicos que durante siglos evolucionamos para permitir el pensamiento profundo, en el futuro el lujo más grande serán las zonas de desconexión, a cuya entrada se deberá colgar un aviso que advierta: “Silencio, hombres pensando.

Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 22 de noviembre de 2010.

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