/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: Carros a pilas

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Carros a pilas

Gracias a los economistas sabemos que no hay almuerzo gratis, pero con frecuencia lo olvidamos—sobre todo frente al entusiasmo que producen ciertas nuevas tecnologías. Desde el colegio aprendimos que la energía no puede ser creada ni destruida, tan solo transformada. Y, sin embargo, esa ley universal es la primera en ser ignorada por los proponentes de tecnologías “verdes”. Observe el lector, por ejemplo, los paroxismos ecológicos que producen los nuevos carros eléctricos como los que se mostraron este mes en Salón del Automóvil en Bogotá.

El auto eléctrico presenta muchas ventajas interesantes (y también muchos obstáculos aún no salvados respecto a cómo sacarlos al mercado), pero sus bondades ecológicas dependerán de otros factores. Desde un punto de vista energético, al pasarnos a vehículos eléctricos lo que hacemos es trasladar la generación de energía del motor del vehículo —cuyas exhalaciones de gases de azufre y de carbono son lo que buscamos eliminar— a una fábrica que produce la electricidad con la que recargamos la batería del carro cada noche. Por tanto, los carros eléctricos son tan verdes como lo sea la electricidad que los alimenta.

En Colombia la mayor parte de nuestra electricidad viene de fuentes hídricas que son, en principio, menos dañinas para el medio ambiente que la generación térmica a base de la quema de gas o de carbón. No obstante, para convertirnos masivamente a transporte eléctrico habrá que ampliar la capacidad hidroeléctrica del país, lo que no está exento de consecuencias ambientales y sociales. Ecosistemas enteros tendrán que ser inundados para la construcción de represas; poblaciones ancestrales tendrán que ser desplazadas de sus territorios a la fuerza. El paso del vehículo de gasolina al carro eléctrico consiste, en gran parte, en tapar un problema para crear otros en otro lado.

Lo que realmente lograría satisfacer las necesidades de transporte del futuro sin un aumento proporcional en la contaminación es algo que ya está inventado hace mucho tiempo y que no exige tecnologías sofisticadas para su concreción. Para maximizar el número de pasajeros transportados y de kilómetros recorridos por unidad de combustible quemado o por kilovatio de electricidad consumido, nada supera al bus, al tren, y al metro. El debate de motor eléctrico versus motor de combustión es menos importante que la creación de sistemas de transporte masivo que sean limpios, puntuales, y dignos—que al ciudadano le produzca agrado y orgullo utilizar. La solución no está en aumentar los carros a pilas, sino en reducir las pilas de carros.

Si miramos los proyectos en curso, el panorama es poco alentador. El metro de Bogotá —única obra que justificaría para los bogotanos haber soportado la por demás nefasta administración actual— acaba de ser declarado muerto in utero por fuentes del gobierno, la academia, y el Banco Mundial. En nuestra ciudad, el Transmetro, a pesar de sus problemas, produce evidentes beneficios, como la utilización —¡por fin!— de paraderos, y la desactivación de la guerra del centavo. Pero no se ha acompañado de una reducción significativa en el número buses viejos, humeantes y tetánicos, que andan por nuestras calles, por lo que en lugar de disminuir el impacto ambiental, lo agrava. Fortalecer la voluntad política para hacer eficaz el transporte público es más fructífero que ilusionarse con tecnologías milagrosas que solucionen problemas que nuestra sociedad no ha estado a la altura de resolver.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 29 de noviembre de 2010.

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