Antes, cuando decíamos “guerra de información”, nos referíamos a un aspecto de las guerras convencionales, uno que en la mayoría de los casos era más apropiado llamar de “desinformación”. Los desembarcos en Francia en 1944, por ejemplo, no hubieran sido posibles sin la Operación “Fortaleza”, un teatro de desinformación que con mensajes falsos de radio, filtraciones ficticias a canales diplomáticos, aviones de utilería y tanques de guerra inflables, confundió tanto a los alemanes que cuando llegó la invasión real por donde nadie la esperaba, en Normandía, los encontró defendiendo posiciones equivocadas desde el Paso de Calais, en el extremo norte de Francia, hasta las costas escandinavas. Fue una de las pantomimas más exitosas en la historia de la guerra; le significó a los Aliados una ventaja que, aunque precaria, fue decisiva para la Liberación.
A pesar de su apariencia moderna, las revelaciones de secretos diplomáticos de Estados Unidos que ha hecho WikiLeaks hacen parte de esa historia tradicional de la hostilidad, con tres particularidades. La primera es que en este caso no se utilizaron mentiras sino verdades para atacar al adversario. La segunda es que el atacante no fue un estado, sino un grupo sin afiliación nacional. La tercera es que el ataque no ha sido muy exitoso: hasta ahora le ha hecho más daño a terceras personas y países que a la imagen de su pretendido objetivo, EEUU.
En cambio, una nueva arma, esta sí enteramente moderna, se cierne sobre el mundo. No ataca por medio del contenido de la información, sino con su sustancia misma—con su materialidad electrónica. En esta nueva guerra de información pura los bits son balas, y el internet la parábola que guía al proyectil al objetivo.
Hace unos meses supimos de Stuxnet, un virus informático que alguna entidad —los indicios apuntan a Israel— liberó para que de manera quirúrgica y silenciosa neutralizara centrales nucleares en Irán. Después de una temporada de especulaciones ese país reconoció el ataque, que habría infectado y desactivado cerca de treinta mil de sus computadores.
Un nuevo caso surgió como respuesta a la decisión de algunas empresas de terminar sus relaciones comerciales con WikiLeaks. PayPal, Visa y MasterCard recibían donaciones para la organización, el banco suizo PostFinance albergaba sus cuentas, y Amazon almacenaba sus bases de datos. Seguramente presionadas por EEUU, todas anunciaron que dejarían de prestarle sus servicios.
Eso desató la ciberguerra. Un colectivo internacional de programadores, de número e identidad desconocidos y haciéndose llamar “Anonymous”, lanzó bajó el símbolo de un barco pirata la Operación “Venganza” para desagraviar a WikiLeaks. El ataque consiste en abrumar de tráfico los sitios de las empresas para paralizarlos e impedir las transacciones. Los afectados no dan detalles, por lo que no sabe qué tan exitosos han sido los ataques, pero sus sitios en la red han quedado fuera de servicio intermitentemente.
Este año será recordado por el primer mundial de fútbol africano y por el deshonroso derrame de petróleo en el Golfo de México; por el resquebrajamiento de la eurozona con sendas crisis en Grecia e Irlanda; por el terremoto en Haití, las inundaciones en Pakistán, y la hecatombe invernal en nuestro país. Pero los historiadores de la guerra lo señalaran, sobre todo, por el surgimiento de un nuevo ámbito para la agresión.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 13 de diciembre de 2010.
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