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lunes, 27 de diciembre de 2010

Por sus obras los desconoceréis

A los dirigentes no siempre los podemos juzgar por las obras que conocemos. Imaginemos, por ejemplo, a un precavido legislador estadounidense que, meses antes del 11 de septiembre de 2001, propusiera una ley obligando a las aerolíneas a instalar cerraduras y puertas blindadas en las cabinas de los aviones.

El precavido legislador tendría que enfrentarse al lobby de las aerolíneas y de los fabricantes de aviones, que verían en la medida un sobrecosto injustificado. Los sindicatos de pilotos y auxiliares de vuelo le reclamarían la incomodidad para entrar y salir de la cabina. Y seguramente sería ridiculizado por gastar tiempo y dinero en semejante norma inútil, habiendo tanta cosa importante por hacer.

Pero supongamos que además de precavido el legislador fuera persistente, y que a pesar de las críticas lograra instaurar la ley. Sin que nadie —ni él— se enterase, habría impedido los atentados de septiembre. Pero nuestro precavido legislador seguramente sería recordado por fastidioso, no por haber salvado miles de vidas en una catástrofe que nunca ocurriría.

El ejemplo anterior es de Nassim Taleb, un inversionista libanés que se hizo famoso por anticipar la crisis financiera de 2008, e ilustra bien la ceguera que compartimos todos los seres humanos frente a desenlaces posibles de la historia que por omisión, previsión, o azar, no llegan a suceder.

Como nunca supimos del desastre que no fue, no tenemos motivos para reconocer méritos en la acción y la persona que lo evitaron. Así, muchos actos modestos que previenen tragedias pasan desapercibidos, mientras que las autopistas, los “megacolegios” y los centros de salud son para el dirigente oportunidades para dar discursos y aparecer en la prensa. También muchos elefantes blancos permiten fotografiarse cortando cintas inaugurales a costa del erario, mientras que las obras pequeñas que conservan la infraestructura —invisibles para el público y muchas veces botín de los contratistas— no generan réditos políticos.

Kurt Vonnegut, un gran novelista del siglo pasado que veía la solución a los problemas de la sociedad en la constancia y la buena fe del ciudadano común y no en los gestos rimbombantes del prohombre, decía con acierto que “un defecto en el carácter humano es que todos quieren construir y nadie quiere hacer mantenimiento”.

En algún momento desconocido del pasado de nuestro departamento, alguna de esas ingratas tareas de mantenimiento no se llevó a cabo. De aquellos polvos, estos lodos. Como una deuda ignorada que acumula intereses hasta que se vuelve impagable, esas omisiones inicialmente minúsculas con los años se acrecientan, hasta que es demasiado tarde para repararlas. Cuando la naturaleza llegó a cobrar, castigó con furia nuestra desidia.

La reconstrucción deberá ser conducida con sobriedad y vigilancia. Las metas ambiciosas —que son necesarias— son ocasión para el despilfarro, de manera que hay que declarar abierta la temporada de caza del paquidermo pálido, para que esa bestia no venga a posar sus patas en el sur del Atlántico. Pero lo principal, la promesa colectiva de año nuevo que tenemos la obligación de cumplir, es que nunca más se nos olvide que hay tanto o más heroísmo en el que mantiene como en el que construye; y que son pequeñas obras invisibles, metódicas, responsables, las que evitan que se caigan los puentes, que se agrieten las vías y que se rompan los diques.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 27 de diciembre de 2010.

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