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lunes, 7 de marzo de 2011

La condena de Tántalo

Por infanticida, asesino, ladrón y canibal, los dioses griegos diseñaron para Tántalo un castigo especial. Lo sometieron a vivir perpetuamente en un lago en el que el agua le llegaba hasta las rodillas, y en el que sobre su cabeza se alargaban las ramas de un árbol repleto de frutos. Tanto el agua como los frutos lo tentaban, pero cada vez que tenía sed y se agachaba a beber, el agua se retiraba, y cada vez que trataba de alcanzar algún fruto, las ramas del árbol retrocedían. Así, condenándolo a una eternidad de tentaciones insatisfechas, se vengaron de él los dioses.

Del mito griego de Tántalo proviene el nombre del tantalio, un elemento que se ha vuelto importante en las últimas décadas porque con él se fabrican componentes indispensables para la electrónica contemporanea. Sin el tantalio no habría computadores ni teléfonos celulares. Pero como no se consigue en estado puro, se debe extraer de minerales que lo contienen aleado a otras sustancias. El principal de estos es el coltán, un mineral escasísimo en la naturaleza, pero esencial para la vida moderna.

Descubrir reservas de coltán es como ganarse la lotería: una roca ignota de repente puede valer hasta mil dólares el kilo. Junto a Brazil, Australia, el Congo, y otros pocos países, Colombia es una de las regiones del globo favorecidas con yacimientos de coltán. Pero como aquellos ganadores de un premio mayor que, por no saber administrar su riqueza, terminan peor que cuando eran pobres, la bendición del coltán puede no serlo tanto si no se controla su extracción.

La presencia en el subsuelo de recursos naturales valiosos no siempre es una circunstancia tan afortunada como se creería. Los economistas advierten sobre la “enfermedad holandesa”, que ocurre cuando, por las exportaciones exageradas de ciertos bienes, la moneda de un país se revalúa y vuelve menos competitivos los demás bienes exportables que produce. Pero ese problema se puede mitigar con medidas macroeconómicas; hay otros riesgos más peligrosos.

En algunos estados las reservas de crudo han caído en manos de regímenes autocráticos, que usan el dinero que reciben para enquistarse en el poder, como en Arabia Saudita, Irán y la tambaleante Libia. Otros países se vuelven adictos al dinero fácil que resulta de explotar el subsuelo y terminan con una economía malacostumbrada, que no agrega valor, que no genera incentivos al emprendimiento y que, al no producir, todo lo importa; es el caso de Venezuela. Y, en ciertas regiones, recursos como los diamantes, los alcaloides y el mismo coltán, son botín de mafias o fuentes de financiación de guerras civiles como la del Congo, que ya suma cinco millones de muertos.

A lo anterior hay que añadirle el daño muchas veces irreversible que la extracción genera en los ecosistemas de la regiones ricas en minerales.

Colombia conoce bien muchos de estos males, y por eso debe preparase para que este “oro azul” no se convierta en un nuevo factor de violencia, como el oro verde de nuestras esmeraldas y el oro blanco de nuestros carteles. Sin el debido control, el sueño de riqueza que prometen este y otros minerales son más bien una condena como la de Tántalo, en la que vemos la salida del subdesarrollo al alcance de la mano, pero cada vez que nos acercamos a ella, se aleja.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 7 de marzo de 2011.

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