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lunes, 28 de marzo de 2011

Riesgos del rechazo nuclear

Va a ser muy difícil que el accidente en Fukushima, con toda la ansiedad que ha despertado alrededor del globo, no produzca una desbandada mundial en contra de la generación de electricidad con energía nuclear. La mera mención de la palabra ‘radiactivo’ evoca ideas de mutaciones, muerte y cáncer, y es un hecho que la exposición a grandes cantidades de radiación es altamente peligrosa. Sin embargo, para nuestra civilización, alejarnos del todo de fuentes atómicas de energía puede más peligroso aún.

La generación a base de fuentes renovables —como la radiación solar capturada en paneles fotovoltaicos, o la energía del viento convertida a electricidad por turbinas eólicas (ya es hora de que dejemos de llamar ‘molinos’ a esos aparatos, que nada muelen)— no pesa casi en la producción mundial, y pasarán décadas antes de que ocupe un rango significativo. De manera que, sin energía nuclear, estaríamos forzados a recargar la generación sobre las fuentes que actualmente producen el 80% de la electricidad mundial: carbón, gas natural y agua represada.

Esas fuentes de energía no son menos problemáticas que la nuclear. En minas de carbón chinas mueren entre 2.000 y 3.000 personas al año: más, en doce meses, de las que han muerto en todos los accidentes nucleares de la historia, incluyendo el actual. A esa cifra hay que sumarle las muertes por enfermedades respiratorias causadas por la quema de carbón alrededor del globo. 

En materia ambiental, la combustión de carbón y de gas contribuye al efecto invernadero, que puede estar alterando el clima del planeta con consecuencias incalculables. La construcción de represas causa perturbaciones irreversibles en ecosistemas nativos e incluso desplazamiento de poblaciones enteras.

Tales sistemas de generación tampoco son más seguros frente a desastres naturales, como lo podemos comprobar en el caso mismo del terremoto en Japón. Mientras la prensa se ha concentrado en el sensacionalismo nuclear y el terror a la radiación, las bolas de fuego que se vieron por televisión no provenían de la planta nuclear, sino de una refinería de petróleo. Y la segunda mayor causa de destrucción en la zona, después del tsunami, fue la ruptura de un embalse.

Hay que aceptar que los riesgos harán parte de cualquier solución que implementemos a las necesidades de la humanidad; lo que no quiere decir que no se puedan mitigar. Las nuevas centrales nucleares —como las que se planean construir en Francia y EEUU— son mucho más seguras que el diseño de hace 40 años de las de Fukushima. El sentido común indica que deben ser ubicadas lejos de zonas de riesgo geológico (si bien este es un lujo esquivo para un país como Japón). 

Adicionalmente, su uso solo debe ser confiado a estados que demuestren un alto grado de organización, disciplina, transparencia, capacidad de prevención de desastres y formación ingenieril. Un país se somete a un proceso de selección más riguroso para ser sede de una Copa Mundo o de unos Juegos Olímpicos que para ser asiento de un reactor en el que fisionan átomos. Eso debe cambiar. Nuestro vecino, Hugo Chávez, ha dicho que Venezuela tiene “derecho” a tener una central nuclear en su territorio. Mientas no demuestre estar a la altura de semejante herramienta de doble filo, no lo tiene.

Por último, es seguro que terroristas de todas las calañas deben estar mirando con mucho interés lo que está sucediendo en Japón. Un “accidente” inducido por el hombre tiene que hacer parte del abanico de desastres a prevenir.


Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 22 de marzo de 2011.

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