Sin duda la noticia más llamativa de esta semana en el mundo de la computación fue el anuncio de la compra de Skype por parte de Microsoft, un negocio de 8.500 millones de dólares. En un mundo de valuaciones extravagantes, en el que una empresa como Facebook —cuyas utilidades reales se desconocen—, puede costar, según algunos, USD 70 mil millones, la cifra pagada por Skype puede no sonar tan descabellada. Es un hecho que Microsoft cuenta con dinero de sobra para aventurarse en adquisiciones riesgosas. Pero lo cierto es que Skype no ha producido, hasta la fecha, ganancias significativas para sus distintos dueños. En 2005 la empresa de subastas en línea eBay la compró; cinco años después tuvo que ponerla en venta y asumir una pérdida de casi mil millones de dólares.
¿Por qué querría Microsoft, un gigante en el mercado de sistemas operativos y aplicaciones de oficina, hacerse a una empresa con tan poco probado potencial de rentabilidad como Skype? Para muchos es un enigma. El producto principal de Skype es la transmisión punto-a-punto de voz y video, y Microsoft, a través de su producto Messenger, ya ofrece estos servicios. De manera que la adquisición no le aporta ni tecnología nueva ni un portafolio ampliado de productos. Los mismos inversionistas de Microsoft recibieron con escepticismo el anuncio, y al terminar la semana la acción de la compañía había caído un uno por ciento.
Muchos analistas han hecho la observación de que es muy difícil sacar rentabilidad de empresas como Skype, cuyo modelo de negocios consiste en ofrecer gratis ciertos servicios con el objetivo de que algunos usuarios opten por servicios pagos, de mayor valor agregado. Hasta ahora pocas empresas han logrado hacer funcionar el modelo. Una de las excepciones ha sido esa organización brillante, sorprendente, llamada Google.
Es legendario el ego de Steve Ballmer, el presidente de Microsoft, y su furia frente a los avances que sus grandes competidores, Apple y Google, han hecho en los últimos años. En el voluble universo de la tecnología, hace rato que el coloso de Redmond dejó de ser líder en innovación y que su marca pierde prestigio frente a las de sus rivales californianos. Tal vez, como afirma Richard Blackden, del Daily Telegraph de Londres, lo que Ballmer busca con su compra es adquirir un verbo: muchos dicen skypear para referirse a las llamadas hechas a través de esa red, así como googlear se ha convertido en sinónimo de buscar algo en Internet. A pesar de su poder y de su éxito planetario, Microsoft aún no cuenta entre sus haberes con propiedades gramaticales.
Más estratégicamente, Microsoft lo que pretende es comprar una parcela en el fluctuante mundo de las comunicaciones personales antes de que el territorio se sature y sea más difícil entrar. Messenger tiene un éxito enorme, pero Messenger sigue siendo un producto asociado al computador de escritorio; Microsoft, esta vez, a diferencia de lo que le pasó en los noventas cuando se concentró en sus productos de oficina e ignoró una pequeña innovación llamada Internet, quiere adelantarse a los hechos: y los hechos son que en algún momento —pero nadie sabe cuándo— dejaremos de comunicarnos usando teléfonos y haremos llamadas usando computadores de bolsillo. Ya lo estamos haciendo. Para los usuarios no cambiará mucho la naturaleza del servicio: marcaremos un número o un nombre, colocaremos el auricular al lado del oído, conversaremos. Pero sí cambiará, radicalmente, quién estará detrás de la llamada, cobrando.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 16 de mayo de 2011.
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