Los humanos nos sentimos cómodamente instalados en el papel de amos y señores del planeta, y, dados los logros de la ciencia y la tecnología, ¿quién puede culparnos? En las últimas décadas hemos alcanzado a mirar por fuera de nuestra galaxia hasta los rincones más oscuros y lejanos del cosmos. Hemos aislado bajo el microscopio a las demás especies de la Tierra, hemos aprendido a leer el alfabeto en que está escrita la historia de la vida, y hasta hemos creado nuevas especies en nuestros laboratorios. Hemos penetrado hasta el mismísimo centro de los átomos, manipulado la goma cósmica que une a las partículas esenciales de las que está hecho el mundo, y liberado la energía contenida entre ellas. Y hemos conectado todo nuestro conocimiento en una gran nube de electrones y fotones que circunda al planeta —la noosfera— y lo hace disponible a todos, en todo lugar y en cada momento.
No nos detenemos a considerar si todas esas conquistas del intelecto humano no son tal vez un accidente más de la evolución; no el final del proceso —como parecemos pensar—, sino los resultados pasajeros de una mutación, como otras, en el lento y largo camino de las especies. ¿Por qué no? Al fin y al cabo las bacterias, las termitas y las hormigas nos demuestran que no es obligatoria la inteligencia para triunfar como especie en este mundo: que la persistencia, la colaboración y la adaptabilidad quizás sean más valiosas. Pero, más allá de eso, acontecimientos recientes me hacen poner en duda el valor neto para la supervivencia de la más alta de nuestras facultades.
La inteligencia humana no causó el tsunami que devastó en marzo una región del Japón, pero sí asentó en esa zona una central nuclear, cuya destrucción ahora va a contaminar tierra y mar por años. La mayoría de la comunidad científica opina que nuestros excesos industriales han modificado el clima del planeta al punto que ya son inevitables calamitosas consecuencias: tornados, inundaciones, deshielos, cambios en las cosechas, aumento de los precios de los alimentos, mayor incidencia de enfermedades infecciosas, hambrunas, migraciones. Entre la escualidez y la malnutrición de la misera, y la obesidad y la diabetes de la opulencia, no parecemos encontrar un intermedio sano. El cáncer se nos volvió una condición común. La última crisis financiera, que fue sin duda nuestra creación, atizada por la incontinencia en el consumo y la irresponsabilidad en el crédito, llevó a que unas 30 millones de personas que apenas se levantaban de la pobreza cayeran de nuevo en ella.
La lista de subproductos de nuestra inteligencia continuaría inagotable: desechos tóxicos, nuevas enfermedades, guerras de toda índole, economías inestables, regímenes cada vez más burocráticos y corruptos.
No hay duda de que también producimos los portentos que mencionaba al comienzo, pero no puede uno mirar la lista de nuestros desaciertos sin preguntarse si el tren del progreso no lleva tal vez al despeñadero. A diferencia del estrecho rincón de la vanidad humana, en el que la inteligencia es virtud y ventaja, en el vasto teatro de la evolución a veces parece que fuera más bien una mutación letal. Así parece en este 2011 de cataclismos climáticos, de desestabilización política y económica, de líderes anémicos. No aquello que nos coloca por encima de las demás especies, sino aquello que nos conduce a la extinción. Una rama infértil, como otras que ya han desaparecido del árbol darwiniano. Otro intento fallido, de otra especie pasajera, por imponerse en el planeta de las hormigas. (Se llama Tierra, después de todo.)
De acuerdo, salvo con su uso del término "inteligencia", que yo cambiaría por destreza, o híper-destreza, pero no vengo a corregir la plana (que me parece muy elocuente y, aquí sí, inteligente), pero quiero preguntar ¿a qué nos deberíamos ceñir si tuviéramos la oportunidad de "revertir" lo, probablemente, irreversible? ¿A la sensibilidad, la conciencia?
ResponderEliminarMuy buena columna, por cierto.
j
Gracias por el comentario. Desafortunadamente, no sé si "revertir" sea una opción. Si verdaderamente se trata de un fenómeno a escala evolutiva, no podríamos hacer nada para evitarlo. El único consuelo es que esas cosas toman mucho, mucho tiempo...
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