Muchas voces advirtieron durante años que esto iba a pasar, pero no hicimos caso. Del lado de la medicina se nos dijo que la automedicación y el uso exagerado de antibióticos crearía nuevas bacterias, más resistentes a las drogas. Del lado de la veterinaria se sabía que las técnicas industriales de alimentación animal podían crear cepas más poderosas de E. Coli, un microorganismo que siempre hizo parte más o menos inofensiva de nuestra cadena alimentaria, pero que ahora se ha vuelto letal.
El ganado bovino evolucionó para comer pasto, pero en países industrializados como Estados Unidos come alimentos sintéticos a base de maíz. Esto tiene raíces políticas y económicas. El lobby agrícola norteamericano ha obtenido gigantescos subsidios para la producción de cereales, lo que los hace muy baratos y abundantes. La dieta maicera engorda rápida y económicamente al animal, pero trastorna su organismo de dos maneras. Le produce acidez en el rumen, a lo que el E. Coli se adapta, haciéndolo más resistente a los ácidos del estómago humano, que normalmente lo destruirían. Y debilita su sistema inmune, lo que hace obligatoria la aplicación de antibióticos y fortalece a la bacteria ante los fármacos.
Como resultado de esos dos fenómenos, ahora contamos con un nuevo pasajero en nuestra nave planetaria. Su nombre es E. Coli O104:H4 y un encuentro con él nos puede matar. No existía hasta hace unos años: nosotros lo creamos, lo metimos en nuestro ecosistema, y tendremos que convivir con él.
No es la primera vez que pasa. Hace treinta años descubrimos que habíamos introducido en nuestra cadena alimentaria otra variante, la E. Coli O157:H7. Desde entonces ha matado a cientos de personas y a miles más las ha enviado a cuidados intensivos o a la sala de diálisis. Pero la nueva mutación, que se encontró en Alemania, promete ser más letal y más indiferente a nuestros remedios. Y parece que ha aprendido el truco de transmitirse de persona a persona.
Lo curioso es que a pesar de las admoniciones de los países ricos para que los países en desarrollo mejoremos nuestras condiciones de producción de alimentos, estas superbacterias son producto de sus sistemas de producción, no de los nuestros. La escala industrial de países como EEUU potencia aún más los peligros. Una sola res contaminada, al entrar en una fábrica de hamburguesas en la que se mezcla la carne de miles de animales todos los días, puede infectar un lote de muchas toneladas. Esta carne luego es distribuida por varios estados o países y pone en riesgo a millones de consumidores.
Nuestra producción de carne, a escala natural, con una alimentación correcta desde el punto de vista evolutivo, a base de pasto como corresponde a un rumiante, es más sana y sostenible. Pero nuestra ganadería es ridiculizada y hasta excluida del comercio mundial, mientras que los países en donde se originan las superbacterias, al firmar tratados de libre comercio con nosotros, nos exigen que nos parezcamos más a ellos. El día en que entre en vigencia el TLC con EEUU, nosotros no podremos exportar ni un gramo de carne a ese país por cuenta de la aftosa, una infección que no ataca a los humanos. Pero ellos, en cuyas fábricas se incuban monstruos cada vez más peligrosos, podrán inundar de inmediato nuestro mercado.
Si seguimos creyendo que todo lo de afuera es mejor, si seguimos copiando modelos de sociedades muy distintas a la nuestra, si seguimos aceptando mansamente condiciones que nos imponen por fuerza económica y no por autoridad ética, olvidaremos nuestras técnicas naturales, sostenibles y sensatas de producir alimentos. Y pasaremos de ser parte de la solución, que es lo que podemos ser hoy para el planeta, a ser parte —y víctimas— del problema.
Una versión de esta columna apareció publicada en El Heraldo de Barranquilla el 7 de junio de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.