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jueves, 28 de julio de 2011

Ahora, a combatir el 'anumerismo'

Supongamos que la incidencia en la población de una cierta enfermedad —cáncer de mama, por ejemplo—, es de 10 por cada 1000 personas, y que existe una prueba que la detecta con un 90% de fiabilidad. Una paciente se hace la prueba y resulta positiva. ¿Debe asustarse? ¿Qué probabilidad tiene de tener la enfermedad? Calcule el lector en su mente una respuesta.

La respuesta correcta es: no tanta. La paciente debe pedirle a su médico pruebas adicionales para confirmar el diagnóstico, ya que la probabilidad de que realmente tenga cáncer es solo de un 8%. Esto puede parecer sorprendente*, pero si su resultado fue mucho más alto que eso, no se preocupe: cuando le hacen preguntas de este tipo a profesionales en medicina, el 85% suele contestar mal.

Lo anterior es un ejemplo de ‘anumerismo’, que es como se ha traducido al castellano innumeracy: nuestra incapacidad para relacionarnos correctamente con los números. Sociedades como la nuestra han hecho grandes avances contra el analfabetismo; ahora debemos preocuparnos por reducir, por medio de la educación temprana, el anumerismo. Es un imperativo en un mundo completamente dependiente de la ciencia y la tecnología.

Eso no implica que todos nos volvamos unos genios en matemáticas, solo que a los niños y niñas desde pequeños se les enseñe a poner las cifras en contexto y a entenderlas con sentido común. Es una herramienta esencial para la vida. El anumerismo está detrás de muchas insensateces cotidianas como gastar dinero en loterías, confiar en la astrología, o creer que sueños, pulpos, naipes, residuos de tabaco o fondos de café pueden predecir el futuro. Y como ningún sanador, rezandero o “bioenergético” aguantaría el más elemental cotejo estadístico de sus “éxitos” frente a los de la medicina real, una sociedad con mejor manejo de los números pondría enseguida su sitio a la mayoría de esos charlatanes.

Donde al anumerismo puede hacer más daño es en el ámbito de lo público. Constantemente encontramos en los medios afirmaciones alarmantes, como que los hombres son los mayores causantes de accidentes viales (por supuesto: hay más conductores hombres que mujeres, ¿cómo no iban a causar más accidentes?), o que un cierto número de estudiantes sacaron resultados por debajo del promedio en las pruebas de Estado (claro: por definición una parte de los resultados tiene que estar por encima del promedio y otra por debajo), o que la civilización humana es un fracaso por sus niveles de pobreza y desigualdad (ambos flagelos están lejos de ser eliminados, pero en términos relativos la humanidad nunca había tenido tanta salud y prosperidad como ahora; a pesar del camino por recorrer, la sociedad de hace doscientos o mil años era mucho más pobre y atroz que la de hoy).

Para los medios y para los políticos es demasiado sencillo manipularnos con estadísticas como estas cuando no estamos capacitados para analizarlas. Las cifras son como un barniz que sirve para recubrir las falsedades con una apariencia de verdad. Se necesitan ciudadanos educados para raspar ese barniz y tomar decisiones apropiadas para sus vidas y sus comunidades. Pienso usar este espacio de vez en cuando para resaltar algunos de esos errores. La ciencia contiene más asombro que la seudociencia, decía el astrofísico Carl Sagan, y tiene la ventaja adicional, y no de poca monta, de ser real.

Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 11 de julio de 2011.

La hora loca


Geko Jones, un disc-jockey de Nueva York que mezcla ritmos latinoamericanos y africanos con música electrónica, estaba un día tarareando una canción en presencia de un amigo de Sierra Leona. El amigo lo interrumpió para preguntarle  dónde había conocido ese ritmo que, para él, era de su país. Jones le explicó que se trataba de una cumbia de Colombia, la tierra de su padre.

La cumbia tuvo una época de gran despliegue en el siglo pasado, en las instrumentaciones de esos big bands tropicales que fueron las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán. Pero fueron otros ritmos, como el tango, el bolero, y, más adelante, la salsa, la samba y el merengue, los que se convirtieron en los sonidos latinoamericanos por excelencia a los ojos del mundo. La cumbia parecía condenada a no ser invitada a la fiesta. Siguió siendo importante entre nosotros, por su papel en las fiestas populares del Caribe colombiano, pero sin nuevos desarrollos, sin exponentes contemporáneos, e ignorada por buena parte del resto del planeta.

Eso, por fin, está cambiando. De la mano de bandas colombianas como Sidestepper y Bomba Estéreo; en las canciones de artistas mexicanos, argentinos y chilenos; y en las pistas de DJs de Texas, California y Nueva York. Como en la hora loca de los matrimonios, la cumbia está reapareciendo como una invitada de honor entre los ritmos del mundo.

El sampling, o el uso en una canción de fragmentos de otras grabaciones, es desde la década del 70 un elemento común del rap, el hip-hop y la música electrónica. Pero el Internet ha hecho más fácil conseguir grabaciones esotéricas de todas partes del mundo, e incrementó exponencialmente la materia prima disponible para los mezcladores de sonidos. La cumbia ha sido una de las grandes favorecidas por esta nueva tendencia cultural, en la que los ritmos y melodías del pasado son mezclados y recombinados intensamente para construir la música del presente.

La razón del éxito de la cumbia como base para samples explica también el asombro del sierraleonés al escuchar en labios de su amigo un ritmo ancestral venido del otro lado de la Tierra. Ritmos originarios del oeste de África llegaron a América y pervivieron por siglos en enclaves de esclavos negros en nuestro territorio. En ese relativo aislamiento sobrevivieron intactos el choque con el Nuevo Mundo. Conservaron su musicalidad primaria, una percusión esencial que les crea afinidad natural con otros sonidos, como el rock y la música electrónica, pero, fundamentalmente, con el hip-hop.

El hip-hop, y sus congéneres, como el reggaetón, han conquistado al mundo. Se escucha y se compone hip-hop en todos los países y en todos los idiomas: he escuchado canciones en alemán, en chino, en ruso y en persa. Es una revolución en la música de los jóvenes solo comparable con la del rock en el siglo XX. Y gracias a la facilidad de nuestra cumbia para mezclarse con él, y a los enamorados de ella, como DJ Geko, viaja con frecuencia de pasajera en el vehículo del hip-hop. Así se está haciendo conocer en todo el planeta.

A diferencia del sierraleonés, a nosotros que crecimos en la cuna de la cumbia eso no debería sorprendernos. La nueva consciencia de este mundo globalizado e interconectado se encuentra a gusto es en las mezclas y los mestizajes. Siglos antes de que existieran los mecanismos electrónicos para hacer lo que de forma natural hizo el crisol del Caribe, las cadencias de la cumbia, por su origen en la fusión de elementos africanos, americanos y europeos, prefiguraron el espíritu de la modernidad. Por eso le ha llegado el turno de ponerse de moda.

Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 5 de julio de 2011.

martes, 5 de julio de 2011

¿Facebook comienza a pasar de moda?

Hablaba en este espacio la semana pasada sobre la empresa canadiense RIM, que a pesar de la enorme popularidad del teléfono inteligente BlackBerry, su producto estrella, está encaminada a perder su liderazgo en un mercado que domina. Hoy voy a mencionar a otra organización cuya apabullante hegemonía —más grande aún, en su sector, que la de BlackBerry en el suyo— no la pone a salvo de pasar de moda. Me refiero a Facebook.

Sí: Facebook.

Pero: ¿Facebook no está acaso en la cima del éxito? Su fundador, Mark Zuckerberg, ¿no fue elegido hombre del año por la revista Time? ¿Su historia no acaba de ser llevada al cine en una película nominada al Oscar y dirigida por uno de los directores más populares de nuestro tiempo? ¿No ha llegado a los 700 millones de usuarios? Si fuera un país, Facebook sería el tercero más populoso del mundo, solo superado por la India y la China. ¿No está anunciada su entrada en bolsa el año que viene, con una valoración inicial exorbitante, sin precedentes, de 100.000 millones de dólares?

Lo anterior es todo cierto, y seré el primero en reconocer que mi visión del futuro de la red social es altamente especulativo y que irá en contravía de la mayoría de los observadores del mercado. Al fin y al cabo, de alguna parte, de inversionistas dispuestos a creer en la firma, tendrán que salir los 100.000 millones de dólares que se anticipa que se ofrecerán por ella. Pero aún así pienso que en la curva ascendente de su popularidad Facebook ya tocó el punto más alto, y que el reto que le espera ahora, el de mantener su liderazgo absoluto y no defraudar las tremendas expectativas que ha creado, será difícil de lograr. El principal obstáculo está en que sus millones de usuarios, la novedad inicial ya superada, tienen hacia la red sentimientos cada vez más tibios, cuando no negativos.

Aunque Facebook lo niega, observadores muy juiciosos de la compañía han notado que en las últimas semanas su ritmo de crecimiento se ha aplanado, lo que indica que no le están llegando tantos usuarios nuevos como antes. En algunos países, como Estados Unidos y Canadá, ya hay grandes números de personas que han cerrado sus cuentas. El número de desertores en esos dos países va en 7 millones: poco si se le compara con el total, pero una señal inequívoca de que algo está cambiando. Y esa cifra no incluye los millones de personas que han abandonado sus cuentas sin cerrarlas oficialmente.

Las razones son muchas y merecerían todo un análisis sociológico. Una parte de los usuarios se ha aburrido de la actitud descuidada y abusiva de la red con su información privada. Otros están cansados de la cháchara que parece ser su idioma predominante. Y muchos están dándose cuenta de que no vale la pena la cantidad de tiempo que le dedican a mantenerse al tanto de las insignificancias en la vida de los demás. Han decidido que, así como nadie se muere arrepentido de no haber pasado más tiempo en la oficina, nadie se muere deseando haber pasado más tiempo en Facebook. (Yo mismo, que cerré mi cuenta hace unos meses, hago parte de ese último grupo.)

Otras redes que parecían invencibles, como Hi5 y MySpace, hoy están quebradas y resultaron no ser sino modas de nula rentabilidad. Para crear software se necesita tiempo e ingenio, pero poca infraestructura y capital. Eso, que permitió que Facebook fuera creado en un dormitorio de Harvard, también permitirá que surjan con facilidad competidores. No tengo duda de que en algún cuarto universitario o algún garaje de alguna parte del mundo se construye desde ya la que será la red social de mañana.


Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 28 de junio de 2011.