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jueves, 28 de julio de 2011

La hora loca


Geko Jones, un disc-jockey de Nueva York que mezcla ritmos latinoamericanos y africanos con música electrónica, estaba un día tarareando una canción en presencia de un amigo de Sierra Leona. El amigo lo interrumpió para preguntarle  dónde había conocido ese ritmo que, para él, era de su país. Jones le explicó que se trataba de una cumbia de Colombia, la tierra de su padre.

La cumbia tuvo una época de gran despliegue en el siglo pasado, en las instrumentaciones de esos big bands tropicales que fueron las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán. Pero fueron otros ritmos, como el tango, el bolero, y, más adelante, la salsa, la samba y el merengue, los que se convirtieron en los sonidos latinoamericanos por excelencia a los ojos del mundo. La cumbia parecía condenada a no ser invitada a la fiesta. Siguió siendo importante entre nosotros, por su papel en las fiestas populares del Caribe colombiano, pero sin nuevos desarrollos, sin exponentes contemporáneos, e ignorada por buena parte del resto del planeta.

Eso, por fin, está cambiando. De la mano de bandas colombianas como Sidestepper y Bomba Estéreo; en las canciones de artistas mexicanos, argentinos y chilenos; y en las pistas de DJs de Texas, California y Nueva York. Como en la hora loca de los matrimonios, la cumbia está reapareciendo como una invitada de honor entre los ritmos del mundo.

El sampling, o el uso en una canción de fragmentos de otras grabaciones, es desde la década del 70 un elemento común del rap, el hip-hop y la música electrónica. Pero el Internet ha hecho más fácil conseguir grabaciones esotéricas de todas partes del mundo, e incrementó exponencialmente la materia prima disponible para los mezcladores de sonidos. La cumbia ha sido una de las grandes favorecidas por esta nueva tendencia cultural, en la que los ritmos y melodías del pasado son mezclados y recombinados intensamente para construir la música del presente.

La razón del éxito de la cumbia como base para samples explica también el asombro del sierraleonés al escuchar en labios de su amigo un ritmo ancestral venido del otro lado de la Tierra. Ritmos originarios del oeste de África llegaron a América y pervivieron por siglos en enclaves de esclavos negros en nuestro territorio. En ese relativo aislamiento sobrevivieron intactos el choque con el Nuevo Mundo. Conservaron su musicalidad primaria, una percusión esencial que les crea afinidad natural con otros sonidos, como el rock y la música electrónica, pero, fundamentalmente, con el hip-hop.

El hip-hop, y sus congéneres, como el reggaetón, han conquistado al mundo. Se escucha y se compone hip-hop en todos los países y en todos los idiomas: he escuchado canciones en alemán, en chino, en ruso y en persa. Es una revolución en la música de los jóvenes solo comparable con la del rock en el siglo XX. Y gracias a la facilidad de nuestra cumbia para mezclarse con él, y a los enamorados de ella, como DJ Geko, viaja con frecuencia de pasajera en el vehículo del hip-hop. Así se está haciendo conocer en todo el planeta.

A diferencia del sierraleonés, a nosotros que crecimos en la cuna de la cumbia eso no debería sorprendernos. La nueva consciencia de este mundo globalizado e interconectado se encuentra a gusto es en las mezclas y los mestizajes. Siglos antes de que existieran los mecanismos electrónicos para hacer lo que de forma natural hizo el crisol del Caribe, las cadencias de la cumbia, por su origen en la fusión de elementos africanos, americanos y europeos, prefiguraron el espíritu de la modernidad. Por eso le ha llegado el turno de ponerse de moda.

Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 5 de julio de 2011.

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