/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: La casa en el aire

domingo, 14 de agosto de 2011

La casa en el aire

Lo primero que hay que saber sobre la ahora tan mentada ‘nube’ tecnológica, a la que nos dicen que se irán a vivir nuestros datos, es que no es tan nueva como los medios la hacen parecer. Desde hace años mucha de nuestra información personal reside en la nube, así antes no la llamáramos de esa forma. Pensemos, por ejemplo, en nuestras cuentas de correo electrónico o en todas las fotos y comentarios que a diario se suben a redes sociales como Facebook. Lo que sí es nuevo es la escala y la variedad de los servicios que ahora se van a prestar desde la nube. Aplicaciones corporativas, antes el dominio de grandes compañías como IBM, Microsoft y Oracle, o de pequeñas casas de software especializado, ya se están mudando para allá. Incluso programas que exigen computadores de cierto rendimiento, como software para edición de audio, video e imágenes, ya se están trasladando a la nube también. La principal consecuencia para empresas y usuarios será ahorrar en infraestructura de servidores y en almacenamiento.

Lo segundo es que, aunque la palabra hace pensar en un sitio etéreo y celestial en donde descansan plácidamente nuestros datos y aplicaciones, la nube debe ser entendida como lo que es en realidad: enormes instalaciones industriales de cómputo repartidas por el globo; kilómetros de cables conectado miles de servidores y discos duros entre si.

El requisito más importante de esas instalaciones es una capacidad interminable de almacenamiento. Toda la verborragia de la civilización, todo el torrente de datos que producimos a diario en nuestras interacciones sociales y laborales —cada libro, foto, noticia y transacción comercial, además del acumulado de todos los siglos previos a la aparición de Internet— debe ser procesado y almacenado en vastos silos de información.

Esos silos consisten de millones de discos duros, cada uno girando unas 15.000 veces por minuto, 24 horas al día, 365 días al año. Tanto ellos como los procesadores que los controlan, consumen un vataje considerable y producen bastante calor, de manera que se necesita energía para hacerlos funcionar y también para enfriarlos y evitar que se derritan víctimas de su propio calentamiento. Cada hora que pasa, la nube de datos produce otra nube, una nube negra de contaminación y de gases de invernadero.

¿Cuánto contamina un e-mail? Diría uno que nada, y que en todo caso es preferible a imprimir cartas sobre hojas de papel. Pero tenemos tendencia a usar el correo indiscriminadamente, enviando e-mails a muchos destinatarios a la vez y copiando en cada respuesta los textos anteriores, lo que incrementa de forma exponencial la necesidad de almacenamiento para guardarlos y transmitirlos. Un estudio divulgado por el diario francés Le Monde estima que una empresa de 100 empleados añade casi 14 toneladas de gases de invernadero a la atmósfera cada año: una nube contaminante que equivale a las emisiones de 13 jet de pasajeros cubriendo París - Nueva York en ida y regreso.

El estudio solo cuenta los correos electrónicos de una sola organización. Faltaría contabilizar la emisiones que resultan de las miles de otras actividades que se realizan a diario en Internet: las horas gastadas en juegos repetitivos como Farmville, las baterías de los celulares, las redes inalámbricas prendidas todo el tiempo. Que nuestros datos vivan en el aire es una conveniencia indiscutible, pero dista de ser una actividad neutra frente al medio ambiente. Ese lado oscuro de la nube tendrá ser explorado también.

Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 8 de agosto de 2011.

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