/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: La gramática del futuro

lunes, 8 de agosto de 2011

La gramática del futuro

En Dr. Strangelove, una estupenda comedia de 1964 dirigida por Stanley Kubrick, un general enloquecido decide bombardear Rusia con tal de evitar que los soviéticos destruyan a los Estados Unidos por medio de la adición de flúor al agua potable. Ese general es la imagen viva de las exageradas neurosis de los humanos frente a los cambios, las modas y las nuevas tecnologías.

Esos miedos han existido desde siempre. Las sociedades son resistentes a los cambios, y cada generación encuentra, entre los artefactos y las costumbres de su modernidad, a quién o a qué echarle la culpa de ellos. Así, distintas épocas han visto el colapso de la civilización en los telares, la televisión, la minifalda o el reggaetón. Pero, sin falta, la civilización sobrevive, y los temidos cambios resultan ser simplemente la manera como la humanidad se adapta a sus nuevas realidades.

Cuento esto porque aunque me disponía a escribir sobre otro tema esta semana, me detuvo la lectura de una columna publicada en este diario el viernes pasado, llamada ‘TIC, Todos los idiotas comunicados’. Su autor se aterra de que las nuevas formas de comunicación, como los teléfonos Blackberry, estén llevándonos a una sociedad de “ignorancia e idiotas”, y encuentra evidencia de ello en el deterioro de la gramática y la sintaxis, y en el abandono del “lenguaje clásico”.

Quienes han seguido mis textos saben que mi posición frente a las nuevas tecnologías de información y de comunicación es profundamente ambivalente. He escrito que nuestras redes y aparatos están afectando las habilidades cognitivas del ser humano de maneras que aún es muy temprano para comprender. Incluso he estado de acuerdo con el autor de la columna en lo odiosos que son los Blackberry y el chat en general.

Pero con lo que sí no puedo estar de acuerdo es con su premisa de una nueva sociedad de idiotas por culpa de esos aparatos y del tipo de comunicación que propician. Entre otras razones porque no hay tal cosa como lenguaje “clásico”. Las apreciadas normas de gramática y sintaxis a las que él se refiere son, así como las formas fonéticas, el resultado de prácticas de comunicación que dependieron siempre de la tecnología y las costumbres de una época. La gramática, la ortografía y la sintaxis son asuntos cambiantes; lo que se está forjando en los pulgares de los chateadores y los salones de las redes sociales es la escritura del futuro, que permitirá contracciones, abreviaciones, números y símbolos que hoy nos parecen extraños. Más que idiotez, lo que estos jóvenes poseen es una gran creatividad morfológica.

Nada de escandaloso ni de apocalíptico hay en eso, y el fenómeno ni siquiera es de ahora. El hebreo, una lengua “clásica” si existe alguna, hace siglos prescindió de las vocales en el idioma escrito y las representa con puntos que modifican las consonantes, del mismo modo como hoy hay quien digita ‘q’ o ‘k’ en lugar de ‘que’.

Se pregunta entonces el columnista dónde habrá que encontrar la explicación de que los jóvenes de hoy tengan menos “compromiso y conocimiento”. Yo no sé si sea cierto que no lo tengan, pero en lugar de buscarla en las redes, que se busque la explicación más bien en los padres de esos jóvenes que no supieron inculcarles el suficiente “compromiso” o el amor por el conocimiento. “El viejo camino rápidamente envejece —dice otro producto de 1964, la canción de Bob Dylan The Times They Are a-Changin'—. Por favor apártense del nuevo si no pueden echar una mano, porque los tiempos están cambiando.”


Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 25 de julio de 2011.

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