/* Pedirle a Googlebot y otros que me dejen de indexar, para que no me penalicen en Google PageRank */ Código Abierto: ¡No más e-mail!

martes, 16 de agosto de 2011

¡No más e-mail!

Por ser rápido, práctico, conveniente y barato, el e-mail fue la primera aplicación importante en el Internet. Por primera vez existía un canal de comunicación instantáneo y de bajo costo que permitía alcanzar cualquier lugar del globo. Pero veinte años después, por cuenta de esa misma inmediatez y sencillez, que fueron sus principales virtudes, se nos ha convertido en un dolor de cabeza.

Estamos inundados de e-mail. Mientras antes enviar una carta requería el mínimo esfuerzo de imprimirla y estampillarla, hoy no existe diferencia entre enviar un e-mail a 10 ó a 10.000 personas. El esfuerzo es el mismo y el costo, insignificante; por eso nos llegan tantos. La mayoría de usuarios no se toman el trabajo de borrar los textos anteriores que se acumulan al final de los correos, de manera que el mensaje crece con cada nuevo reenvío. Y ni hablar del correo indeseado que nos llega sin parar, a la razón de cientos de mensajes por día.

Por eso estoy empezando a aplicar en mi vida personal una idea radical: la de que llegó la hora de cerrar nuestra cuenta de correo.

Me imagino la cara de rechazo en el lector, quien como todos nosotros ha llegado a depender tanto del correo electrónico que ya no concibe las relaciones humanas y profesionales sin él. Pero tal vez una estadística haga menos polémica mi propuesta. Un ejecutivo promedio dedica dos horas al día a leer y responder correos: una jornada entera de trabajo a la semana. ¿Quién puede seguir pensado que esa sea una forma eficiente de comunicarse?

El problema está en con qué reemplazarlo. Una idea que algunos ya están utilizando consiste en, primero, cerrar (o abandonar) nuestra cuenta de correo actual y crear una cuenta nueva, privada, que solo será utilizada para ciertas comunicaciones autorizadas. También hay que crear una cuenta en Twitter (o Google+) para uso público.

Luego, hay que informar a todos nuestros colegas, clientes, conocidos, etc., que a partir de la fecha solo podrán comunicarse con nosotros a través de nuestra cuenta pública. Eso nos permitirá seguir recibiendo mensajes de cualquier persona o entidad, pero con la ventaja de que tendrán que ser cortos y concisos. Cualquiera que desee enviarnos algo más largo, o privado, tendrá primero que pedir autorización (a través de la cuenta pública, o por medio de un contacto personal, lo que indicaría que se trata de alguien que conocemos) para escribir a nuestra cuenta restringida. Ese pequeño acto restablecería el mínimo esfuerzo que se necesitaba para contactarnos en la época de las cartas de papel. Así se eliminaría todo el correo indeseado, y se garantizaría que sólo las comunicaciones que verdaderamente nos interesan lleguen a nuestras pantallas.

Cualquier otro correo —publicidad, chistes, fotos, chismes, spam, virus, teorías dudosas, promociones farmacéuticas, cadenas falsas para salvar a niños desahuciados, fraudes nigerianos— pasará ignorado.

Pero, ¿por qué tomarnos el trabajo de cambiar nuestra forma de comunicarnos, exigiendo ‘mínimos esfuerzos’ en estos tiempos en que la facilidad, la velocidad y la inmediatez imperan? Porque el costo de no hacerlo es demasiado alto. En una era de sobrecarga de información, nuestra capacidad de atención se vuelve un recurso escaso. Una paso para vivir más sanos y eficientes —para ser mejores personas, padres, amigos, trabajadores, ciudadanos—, es reclamar de vuelta nuestra atención y protegerla como se protege cualquier otro activo valioso: poniéndola a salvo de riesgos y de abusos.


Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 16 de agosto de 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.