Algo debe tener la temporada de fin de año que lleva a las dictaduras ridículas —mas no por eso menos crueles— de nuestro continente a desempolvar sus ya desdentados delirios totalitarios. La Navidad pasada fue el comandante venezolano Hugo Chávez quien se lució aprobando unas modificaciones a la perniciosa “Ley Resorte” que controla las comunicaciones en ese país. La nueva ley buscaba hacer responsables a los prestadores de servicio de Internet de todas las comunicaciones que pasaran por sus redes, lo que desembocaría en una censura de facto, y pretendía también imponerle a la red restricciones según la hora: como la que en la televisión colombiana se anunciaba con aquel jingle que invitaba a los niños a cepillarse los dientes y acostarse a dormir.
Ahora el turno es para el régimen de Raúl Castro. Su canciller, Bruno Rodríguez, según nota publicada en el diario El Espectador, acaba de descubrir las redes sociales. “Siento que vivimos una oportunidad con estas tecnologías”, dice, cosa que cualquier niño de ocho años años en el mundo libre le hubiera podido explicar. Y como no podía faltar el ingrediente de paranoia antiyanqui, agrega que hay que buscar “alternativas” para “salir de la dictadura de Microsoft y Apple.”
Ignoremos el blanco demasiado fácil que presenta un burócrata de la represión hablando de dictaduras. Más bien expliquémosle al canciller lo siguiente.
El Internet no lo inventó ni Microsoft, ni Apple, ni Google, ni Amazon (aunque esas empresas sí proveen buena parte de la infraestructura sobre la que transitan nuestros datos), sino que nació de un proyecto financiado en la década de los 60 por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Luego, universidades como MIT y Stanford se sumaron a la iniciativa hasta crear, poco a poco, la integración de redes que conocemos hoy.
En otras palabras, el Internet, del cual nos beneficiamos todos en el planeta, fue un proyecto pagado en sus inicios por el contribuyente norteamericano, que luego creció espectacularmente gracias a inversiones hechas por universidades y empresas privadas gringas. Si bien la red hoy es de todos, venir a quejarse ahora de la presencia que tienen ciertas empresas en ella es como llegar a la fiesta tarde, sin ser invitado, protestar porque la comida es mala y además porque sirvieron poquito.
En lugar de quejarse, podrían abrirle las puertas de la isla a la red, no solo para permitirle al pueblo cubano beneficiarse de ella, sino también para enriquecerla de vuelta. Así es que se agradece ese regalo: compartiendo con los usuarios del mundo lecturas, imágenes, sonidos e ideas cubanas. La gran virtud de las redes es la de combatir la insularidad, tanto la que impone la geografía como la que se adueña del espíritu de un pueblo aislado del mundo por la necedad de sus gobernantes. Lo que realmente disgusta al régimen no son Apple y Microsoft, sino la pérdida del aislamiento como mecanismo de control social.
Lo único que se salva de todo esto es que, al igual que en Venezuela, en un mundo tan conectado como éste es poco lo que estos gobiernos pueden hacer para de verdad aislar a sus sociedades. Ya hace rato que disidentes como Yoani Sánchez le hacen pistola al régimen y sus controles. A los dinosaurios cubanos la insularidad física de su país los ha favorecido en su empeño por crear una sociedad jurásica, desconectada de la modernidad, pero es poco probable que esa estrategia les siga funcionando por mucho tiempo.
Una versión de esta columna apareció en El Heraldo de Barranquilla el 5 de diciembre de 2011.
Faltó aclarar que es bien sabido que varios régimenes totalitarios han utilizado ese tipo de redes sociales como una manera más de mantener el control social y desarticular desde adentro movimientos populares que podrían poner en riesgo su estabilidad. Es bastante probable que la red cubana sea cuidadosamente vigilada.
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